domingo, 8 de mayo de 2016

El Consultorasgate

La semana pasada se hizo público que la CNMC, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, había iniciado los tramites para sancionar a once empresas de servicios informáticos que podrían haber llegado a acuerdos para repartirse el mercado y fijar de precios.

La fama de cárnicas -empresas que obtienen gran parte de sus ingresos mediante la reventa de capital humano o bodyshopping, sin aportar valor alguno- ha hecho que muchos olviden la presunción de inocencia para condenarlas directamente y el ensordecedor silencio que ha rodeado a la noticia ha contribuido a ello.

Consultorasgate

A pesar de la gravedad del caso, la mayoría de los grandes medios se han limitado a reproducir, sin más, la nota de prensa de la CNMC. Aunque la mayoría tienen una sección en sus webs donde recogen sus apariciones en prensa, ninguna de las empresas implicadas se ha hecho eco de la noticia ni ha emitido comunicado alguno al respecto.

Tampoco lo ha hecho la ACE -Asociación Española de empresas de Consultoría, la patronal a la que pertenecen la mitad de las compañías investigadas- ni los principales afectados por los presuntos amaños, sus clientes ¿Por qué?

El insólito poder en el mercado de los acusados ha hecho que aparezcan algunas teorías conspiratorias que relacionan el expediente con la revelación de datos fiscales de Aznar. La gestión de esos datos correspondía a la AEAT (Agencia Estatal de Administración Tributaria) –el organismo público que suministró la información que dio pie a la investigación- y se sospecha que la filtración de los datos del expresidente se originó en alguna de las múltiples consultoras que trabajan con la agencia.

Sin embargo, es mucho más probable que se trate de un inside job, una revelación por parte de alguna de las empresas, descontenta con el reparto del pastel, que se haya acogido a esa suerte de “protección de testigos” que es el Programa de Clemencia de la CNMC.

Y también es muy probable que la inmensa red de intereses económicos y políticos tejida alrededor de estas consultoras sea la que esté tapando bocas y teclados. Sólo en el accionariado de INDRA -el más transparente, por ser esta una empresa cotizada en bolsa- podemos encontrar a la SEPI y a Telefónica. De lo bueno lo mejor y de lo mejor lo superior del sector público y privado, algo que también empapa sus principales negocios y contrataciones.

En realidad, lo que revela el Consultorasgate es un mal sistémico. Los principales culpables de haber creado el monstruo en que se han convertido algunas consultoras son también sus dueños y sus clientes, los más perjudicados.

Ojalá los Palletes, Entrecanales, Brufaus y Botines que dirigen las empresas del IBEX35 se pararan a pensar durante un momento, sólo un momento, el inmenso coste de oportunidad que suponen sus actuales sistemas de compras. Vender servicios informáticos a las principales empresas de este país se ha convertido en un proceso surrealista que discrimina a las empresas más innovadoras y eficientes para premiar a las que posean mayor músculo financiero y administrativo. Se engañan pensando que ahorran, cuando lo único que hacen es elegir al proveedor que añade un sobrecoste menor.

¿Y qué decir del sector público? Las Administraciones Públicas fijan condiciones imposibles de cumplir por el 99% de las empresas de este país: facturación mínima de 20, 40 o 100 millones de euros, plantillas de más de 50 o 100 empleados, al menos 5 años de vida con EBITDA positivo…

Esos requisitos expulsan del proceso de contratación pública a las empresas de nicho, con una alta cualificación tecnológica, pero un tamaño insuficiente para superar esta criba. Los que se acaban llevando esos contratos son las grandes consultoras que, en muchos casos, acaban subcontratando a esas mismas empresas de nicho con enormes sobrecostes que acaba pagando el contribuyente.

Antes de escribir el enésimo rant contra las consultoras informáticas, deberíamos preguntarnos si otro tipo de empresas podrían acceder hoy a los principales contratos en este país. Quizás ese y no otro sea el origen del problema. Que el mercado no está recibiendo más que lo que demanda.

Un mercado que no aprecia el marisco y sólo está dispuesto a pagar salchichas no debe sorprenderse de que, en vez de boutiques, lo único que florezcan sean las charcuteras. Ojalá nuestra clase empresarial y política empiece a desarrollar pronto un paladar más refinado.


 
 
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